sábado, diciembre 07, 2002

la fragancia de sus piernas. tocar su piel, aspirar su olor era sentir deseos de postergar el mundo para nunca más. sabía bien que era sólo sexo vacío, simplemente eso no importaba. acariciarla y besarla... toda la noche, lo que durara una vida. podía dejarme morir en esas manos suaves y si ella hubiese abierto un canal en mi cuello con sus uñas, me resignaría a dejarme ir en sus brazos, penetrándola hasta que mi corazón decidiera permitirlo, y aún así, insatisfecho volvería por la noche y entraría a su cuerpo, cohabitaría su alma y la haría masturbarse hasta que ambos extasiados dormitáramos en esa habitación, y yo con ella, empiernado con esa alma negra que sabía terminaría por tragarme.

nuestras lenguas se rozaban de principio a fin, su saliva me enloquecía y lamía sus labios de arriba abajo, de izquierda a derecha. mis dedos sintieron la humedad de su vulva y la penetré delicado. disfrute cada centímetro que mi pene avanzaba al interior. ella jadeaba, arqueándose.

me decía que no la dejara. se aferró a mí y sus uñas arañaron mi espalda haciéndome sangrar un poco. eso no me detuvo, continué embistiéndola. pero... algo estaba mal. algo estaba pasando. a lo mejor presentía que no habría una siguiente vez. ahí no hubo venida. ni ella. ni yo.

y eso fue lo que menos me preocupó el resto de la noche.